Hubo un tiempo en que las navieras eran mucho más generosas que ahora. Antes, las navieras, acuciadas por su propia competencia, competían entre sí tanto en precios, como en atención al cliente e incluso premiando su fidelidad. Esta libre competencia entre las navieras era un elemento fundamental de estabilización del mercado que repercutía directamente en unos precios de los fletes excepcionalmente bajos -quizás demasiado bajos-, un atento servicio de las navieras a sus clientes ante el temor a que el cliente pudiera acudir a otra naviera de la competencia y, por último, en incentivar su fidelización.

Los más viejos recordamos la famosa Capa del Mediterráneo y rappels y comisiones que excepcionalmente podían superar el 3% -nunca el 10 % como erróneamente se ha dicho por ahí-. Los no tan viejos hemos vivido situaciones incómodas, estresantes o delicadas que el trato personal, la confianza y la empatía han resuelto de la mejor manera posible. Y también hemos vivido la seriedad y el rigor de las navieras en el mantenimiento de sus compromisos.

Así pues, en aquella situación competencial, los cargadores -fuesen transitarios o no- podían gozar de un trato ventajoso, fuere económico, fuere comercial o fuere de fiabilidad contractual. Evidentemente, el traslado de esas ventajas a los clientes era un elemento de competencia entre los propios transitarios que se esforzaban en un trato exquisito, en mantener los compromisos asumidos y en ofertar los mejores precios, todo ello con el fin de conseguir o mantener al cliente. El mercado se autorregulaba y quien salía beneficiado eran el cargador o el destinatario efectivos.

Había, sin embargo, un germen de inestabilidad: los fletes eran excepcionalmente bajos y todo el mundo se preguntaba cómo podían las navieras aguantar aquella situación: era más caro trasladar un container desde BCN a la Rioja que desde Shanghai a BCN. Imposible.

En su día, nadie le dio demasiada importancia, pero en el 2009 algunas navieras obtuvieron de la Unión Europea una bula que les permitió -y les sigue permitiendo después del desarrollo de esta norma- transgredir los principios de libre competencia a los que antes estaban sujetas y, sin causa ni advertencia, desaparecieron aquellas características que hacían más equilibrado y humado el trato entre cargadores, transitarios y navieras: desaparecieron, por un lado, los incentivos y los rappels de fidelización –nada que objetar-; por otro, desapareció el trato cordial y exquisito -mucho que soportar-; y por último, ha permitido a las navieras -“todas a una”- incrementar de forma espectacular el precio de los fletes. Y todo ello -costes, precios y servicio deficiente- llevado a extremos incomprensibles; como si hubiera que quemar las naves ante un desastre inminente.

Todo hace pensar que aquellas navieras beneficiarias han forzado la bula que la UE les ha otorgado para cambiar el rumbo de su negocio en 180º. ¿Habrá que pedir la suspensión o anulación de aquella norma antes de que sea demasiado tarde? ¿Será irreversible el abandono del trato personal, amigable, colaborador que siempre se mantuvo? Si esto fuere así, QUÉ LÁSTIMA. Todos quienes colaboran con las navieras o se sirven de ellas, hubiesen comprendido e incluso celebrado una corrección de 40º o hasta 60º, en el convencimiento que tales cambios les hubiesen permitido incrementar sus ingresos, mantener el trato comercial y apoyar a los usuarios finales a través de los transitarios. Nada ha sido como debiera y esta situación a la larga, no va a beneficiar ni siquiera a quienes, de momento, parecen aprovecharse de ella: las propias navieras.

Josep Bertran

Secretario del Club del Transitario Marítimo